lunes, 8 de octubre de 2012

El semáforo, ese gran desconocido

"A veces veo semáforos..."

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Circulaba de vuelta del trabajo hacia mi merecido descanso hogareño, en mi auto y por una avenida de cuatro carriles, paré ante un semáforo en rojo, hasta aquí todo parecía bien o al menos en el orden habitual. Lo que uno espera ante esta situación es algo parecido a una pausa del mundo del motor, que mi coche y los que lo rodean queden petrificados hasta que la luz se vuelva verde y que los peatones anden de un lado a otro de la calle, nada mas lejos de la realidad. El semáforo tuvo el capricho de ponerse colorado cuando me vio llegar, correspondí parando ni demasiado lejos ni demasiado cerca del paso de cebra que vigila día y noche. Nada mas llegar me pasó un coche por mi derecha haciendo caso omiso, sin disminuir la velocidad, claro, pensé yo, lleva un coche de esos que te avisan si no llevas puesto el cinturón, que te avisan si te estas meando y te avisa por la pantalla del navegador de el urinario mas cercano, en los últimos coches de ese modelo se dice y se cuenta que están equipados con una tecnología que te avisa si la mujer te esta poniendo los cuernos, los cuernos debían, en este caso, ser enormes, pues el tipo llevaba una velocidad de aupa.

Tras ver alejarse al coche rápidamente por la avenida miré al semáforo, seguía en rojo. Otro coche salió disparado por mi lado izquierdo, un coche visiblemente mas económico, equipado con menos artilugios electrónicos cuyo único fin en la vida parece ser estropearse. Pensé, ¿a ver si el problema soy yo?, miré el disco que seguía en rojo, ¿no habrán cambiado las normas de circulación?, nada mas ponerse en verde el claxon del coche que iba detrás del mío me recordó que las normas seguían siendo las mismas, que dos reglas seguían inalterables, "tonto el último" y que "un chimpance con un volante se entretiene y con la bocina se excita".


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