No tengo el inmenso placer de conocer a mis vecinos del piso superior, conozco algunas de sus costumbres arraigadas en el tiempo como no cortarle las pezuñas al perro, que por el ruido que hace al correr por el piso me da la sensación de que es enorme, otra es calzar a su mas que presumible hija con zapatos de tacón y dejar que esta aprenda el arte del taconeo al modo autodidacta y con demasiadas horas de práctica para mi gusto y mis nervios. Por si fueran pocas las costumbres ruidosas de mis queridos vecinos, tienen en propiedad unas canicas que misteriosamente algunos viernes por la noche salen a pasear por el comedor, recorriéndolo de un extremo a otro, a veces incluso se les oye saltar.
El otro día decidieron o decidió, como ya les escribí hace un momento no los conozco personalmente, comprarse una televisión para el dormitorio, lógicamente este queda justo encima del mio. Sin consultarme lo mas mínimo decidieron hacerme participe de la noche de estreno de la caja tonta, la fiesta de inauguración del destruye-neuronas comenzó a la medianoche y se prolongó unas dos horas aproximadamente.
A un volumen por encima de lo educado pude escuchar nítidamente un programa donde algunos famosos con baja autoestima y peor cache cantaban y destrozaban canciones populares de ayer, hoy y siempre. Todo lo pude oír nítidamente tumbado sobre la cama y con los ojos abiertos, pensando en un principio que se darían cuenta del volumen al que estaban escuchando la televisión, pude llegar a la conclusión de que padecen sordera intelectual. Pude oir como los miembros del jurado, expertos musicales de contrastada ignorancia en la materia, animaban a los cantantes a seguir alegrándome la noche de vigilia, pude oir como el presentador daba paso a los anuncios, que como todo el mundo debe saber, se emiten a un volumen superior y pude oir como los espectadores, pagados con bocadillos de chorizo de cantimpalo de la mas exquisita calidad, se hacían polvo las manos aplaudiendo y se desgañitaban alentando aun mas a los delincuentes sonoros.
En el transcurso de las dos horas pensé varias veces en subir a llamarles la atención, el mero hecho de tener que vestirme de forma medio decente y mostrarme así un poco mas serio en mi petición de un remanso de paz me hizo desistir de la idea, decidí mas tarde coger el libro de cabecera, un libro de bolsillo o mas bien de bolsazo de unas 1400 páginas que estoy leyendo (Limite, de Frank Schätzing), no pude leer ni tres páginas seguidas por la falta de concentración y mis renacidas ansias asesinas. El último recurso desesperado fue coger la escoba y golpear con ella el techo de la habitación, un momento y varios desconchados en el estuco mas tarde me di por satisfecho con los resultados de este acto desesperado, deje de oír nítidamente para hacerlo de forma mas confusa. Conclusión, los viejos métodos siguen funcionando y no hace falta recurrir a la violencia, otro gallo hubiera cantado de haber tenido un arma en mi poder.
Y lo último es perder los nervios...
... se escribe.
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